"Se quiebra el mágico cristal"
Por R. Otero Pedrayo (La Región, 04/10/1958).
Extraído da web de cultura popular do concello de Sandiás.
Es violado el ensueño de la Antela. Doblarán a muerto por la Poesía y el triunfo de la economía las campanas sumergidas. ¿Dónde posarán los flamencos - rosa y las garzas, mensajeros de los deltas del Danubio y de los lagos, de pupilas nubladas de fantasía, del Báltico? No nos asustemos demasiado. Si en vez de nuestras ¨lagunas pontinas¨ se doran grandes trigales la ciudad ¨asulagada¨ queda en el fondo del alma de Galicia, en la geografía y paisaje, inaccesible a las máquinas, de su espíritu.
Quien mejor conoce la Antela, el ingeniero y arqueólogo Conde Balvís, se despidió de sus cristales melancólicos, de su suelo dormido, hace poco tiempo. Y su hermoso estudio suena, sin quererlo su autor, a elegía y canto de adioses.
No intentaremos ni aun el esquema de los intentos y trabajos anteriores. Sólo apuntaremos algunas. La Galicia del XIX pensó en rescatar dos tesoros: la plata de los galeones de Redondela y la riqueza cereal de La Limia.
La idea es antigua. En 1831 publicó el docto, simpático y famoso canónigo-cardenal, aun no deán de Orense, don Juan Manuel Bedoya, en la ¨oficina¨ de Pazos, su ¨Memoria sobre el desagüe de la laguna de Antela o de la Limia, en la provincia y Obispado de Orense y Reino de Galicia¨. La conoció cuando desterrado por pasiones políticas habitó con los buenos franciscanos del Bon Jesús de Trandeiras que tenia caminos de zarzales entramados sobre el fango de la laguna. Los trabajos de desecación se habían comenzado con los donativos del espléndido mecenas don Manuel Fernández Varela, comisario de Cruzada de Fernando VII, de los concejos del país, y de del obispo señor Iglesias Lago. La idea, si no nació, se fortifico en la tertulia del obispo-cardenal señor Quevedo en cuya amable órbita comenzó Bedoya su vida orensana.
Ya en el famoso libro de Labrada ¨Descripción económica del Reino de Galicia¨ se menciona la voladura de las peñas por la ¨ponte Liñares¨ para dar salida a las aguas acrecentando el caudal del río. Se ¨formó¨ un mapa. El alma de la obra fue el corregidor de Ginzo Ldo. D. Julián Toubes. Estaba al frente de la empresa en 1832. Muchos años después el Ldo. Toubes, juez de Celenova, recuerda, en 1847, contestando a los que le acusaban cómo se desecó parte del área inundada, se rectificaron cauces y se abrieron caminos. Trabajó personalmente al frente de los vecinos de cuya simpatía disfruta por haber estado en las obras con ellos pasando frío, humedades y hasta sin comer, sigue diciendo en su escrito del 13 de enero del año citado. Salió en el Boletín Oficial de Orense.
Sentimos no tener a mano el Diccionario de Madoz, cuyo artículo sobre la Limia, contiene interesantes datos.
Los trabajos de desecación sirvieron, como todo sirve en tal ocasión, para la guerra. En octubre de l837 los carlistas de Guillade, que traía por segundo a un don Juan Antonio de Garabelos de Baltar, y fiaba en un gran movimiento tradicionalista en La Limia, se atrincheraron en Ordes en las obras de desecación y sostuvieron con las fuerzas constitucionales del comandante de operaciones en el país, don Juan Gualberto Corcuera.
No deja de tener relación con estos recuerdos la empresa que en 1847 se formó para desecación y riegos con el título un poco de cabalgata carnavalesca de ¨La Nereida fertilizadora¨.
Sin recordar otros intentos como el de una aristocrática extranjera, no olvidemos el libro de don Francisco Javier Mugártegui y Parga ¨La empresa para el desagüe y saneamiento de la laguna Antela a los pueblos de la Limia¨ publicado en 1866 en Orense.
Terminemos con una evocación de Vicetto. Es de la fantasía novelesca ¨El lago de La Limia¨. La profecía de las sibilas tejedoras vuela sobre el lago que refleja ¨como una inmensa placa metálica los tres formidables castillos¨: al nacer la niña predestinada ¨las aguas de la Antela se rizaron como las de los mares, los ¨gayos¨ cantaron tristemente, los castillos se entrechocaron en el fondo como si lucharan entre sí y las negras nieblas del Buen Jesús y de Lodosedo los borraron del paisaje que se reflejaba en su oscilante linfa¨.
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